Anne with an E y el triunfo del amor

14/5/20


Queridos lectores, ha arribado el tiempo de abandonar la autopista dialéctica al infierno para desviarme por la pedregosa senda soleada: la angosta vereda de la palabra bondadosa. Destruir es de una facilidad pasmosa; construir, de una ventura poderosa. Sin más digresiones innecesarias, procederé a analizar, en términos generales, la serie más maravillosa que Netflix ha estrenado hasta la época. Una producción cuyos ingredientes esenciales—amor, piedad, empatía, amistad, altruismo, honestidad, inocencia y libertad—conforman la moralidad a la que todo humano debe aspirar. (Crítica libre de SPOILER)

Anne with an E está basada en la novela Anne of Green Gables, escrita por la canadiense Lucy Maud Montgomery. La adaptación netflixtera tiene la capacidad de mejorar la obra escrita por Montgomery; suceso extraño en el reino de las adaptaciones (algunas recientes como Valeria han sido realmente nefastas). Desde la ‘intro’ de la serie, la energía que desprende la protagonista (Anne) traspasa la pantalla y se introduce como una flecha en el corazón del espectador. Anne with an E nos muestra la existencia en toda su vasta y misteriosísima complejidad. En un pequeño pueblo inventado de una isla de Canadá (Prince Edward Island), la realidad humana nos es revelada en toda su completitud. La enigmática Deidad, críptica y esquiva, entrelaza caminos, premeditadamente, que como ríos derivan en cálidos mares de aguas cristalinas. La casualidad no existe, solo la suprema realización volitiva de un plan concebido desde la preexistencia. La serie, protagonizada por la huérfana de cabellos color azafrán, nos revela cómo la pasión de soñar, la potencia de la ilusión y la práctica del bien en toda su pureza tienen conjuntamente una capacidad transformativa inconmensurable.

Además de todo lo expuesto anteriormente, las diferentes temporadas de la serie exponen con respeto y precisión histórica los primeros pasos de la larga lucha feminista y LGTBQ+ que continúa librándose en la actualidad. El canadiense pueblo de Avonlea, el locus donde se desarrolla la trama, es el reflejo de la sociedad occidental de finales del siglo XIX.

Nos hallamos, sin duda alguna, ante un producto audiovisual digno de loanza. Una saludable fábula que nos despertará del letargo posmodernista poniendo nuestras emociones a flor de piel—una catarsis necesaria.


Jesús Kuicast 

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