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27/7/18

Análisis De La Segunda Temporada De Westworld Parte III: "Take My Heart When You Go"


En esta segunda temporada, Westworld ha tratado algunos conceptos y temas muy atractivos y que nos permiten reflexionar un poco sobre ellos ahora que todo ha terminado. En esta tercera y última parte del análisis ahondaremos en la Puerta, la Cuna y la Fragua, así como el futuro de la especie humana o las relaciones entre algunos de los personajes, entre otras cosas.

Conceptos


Durante toda la serie se ha jugado con varios conceptos. El más prominente durante la primera temporada fue el del Laberinto (The Maze); durante esta segunda se ha hablado de la Puerta, la Cuna y la Fragua.

(Hold) the door
La Puerta (The Door) ha sido el concepto mencionado más veces durante estos diez episodios. Nació de la mano de Logan en su encuentro fortuito con Akecheta y, aunque para él significaba la salida de aquel lugar para volver a su mundo, para el nativo americano se traducía en su libertad, junto a la de sus compañeros anfitriones. La Puerta es una salida exclusiva para ellos, dado que los humanos no pueden verla. Es la entrada a ese The Valley Beyond (el Valle de Allende) también tan mencionado en esta temporada. The Valley Beyond es un Edén virtual creado por el hombre, pero destinado sólo para los anfitriones, para que sean libres completamente y puedan ser quienes quieran. Dejan su forma corpórea para ser sólo virtuales. Así nada ni nadie podría hacerles daño. Para muchos es su opción preferida, se conforman con ella, pero, para Dolores, es simplemente otra “jaula de oro más. Ella quiere encontrar otra “puerta” y esa es la que da al exterior, a nuestro mundo. Creo que es una opción que no está nada mal para aquellos que no quieren convivir con los humanos, sino estar con los mismos de su especie, que algunos terminen de despertar y, para los que ya lo están, buscar su consciencia, que sería el último paso en ese viaje interno que han tomado. No tiene pinta de que, por el momento, se vaya a explorar el Valley Beyond, ver qué pasa con Akecheta, la hija de Maeve y Teddy, entre otros. Bajo mi punto de vista, podría estar bien comprobar de vez en cuando qué tal les va, pero eso depende mucho de por dónde vayan los derroteros en la tercera temporada, y tiene pinta de que no vamos a estar mucho tiempo en los parques.


Es la primera vez que
Bernard ve a Teddy con ropa
La Cuna (The Cradle) ha sido otro concepto que hemos conocido este año y que se refiere a un lugar físico, las verdaderas entrañas de Delos Destinations. Este sitio es el almacén donde se encuentran los diferentes códigos de los anfitriones, lo que permite traerlos de vuelta cuando los matan los huéspedes. Bernard nos introduce de lleno en la Cuna al conectarse y entrar en ella. Tal y como vemos, luce igual que Sweetwater –y, por lo que se podría deducir, el parque entero o, incluso, los diferentes parques–, y allí los distintos anfitriones siguen metidos en su código como si nada. Sin embargo, la novedad viene en cuanto vemos a Robert Ford allí. Ford, antes de morir, hizo una copia de sí mismo para que viviese allí, donde realmente las copias humanas funcionan a la perfección. De esta manera podía seguir estando en control –como vemos, hasta aquel momento el sistema bloqueaba cualquier intento de restaurarlo por parte de la gente de Delos–. Tengo la sensación de que la Cuna podría haber dado más de sí. Entiendo que Angela se inmolase para estar un paso más cerca de la verdadera libertad –si te mueres, te mueres, no hay forma de volver– y que Dolores quisiera que eso pasase, pero me supo todo a muy poco. Era un concepto muy interesante que quedó cercenado prematuramente.

Odio ver que te marchas,
pero adoro ver cómo te vas
La Fragua (The Forge) es el último colofón de la segunda temporada de Westworld en cuestión de conceptos. Diría que es el más interesante, pues desarrolla un poco más todo lo visto en el episodio cuatro, donde vemos a la versión robótica de James Delos, y en el episodio nueve, cuando William le cuenta a Emily cómo copian la mente de los huéspedes. La Fragua es el almacén donde se encuentran los cuatro millones de huéspedes escaneados a través de los sombreros –si también lo hacen en los diferentes parques, ¿cómo lo harán?–. Esa cifra, para lo que se puede intuir que ha estado abierto el parque, me parece un poco baja, pero también nos indica que este “entretenimiento” no es apto para todos los bolsillos, por lo que cobra un mayor sentido. Este nuevo espacio es uno de los últimos pasos en el viaje de Dolores dentro del parque y un sitio clave para Bernard, donde se enfrenta a esta y las piezas empiezan a caer en su lugar. Aunque para algunos la personificación del sistema de control de la Fragua en Logan Delos fuese más un fan-service que otra cosa –que, por cierto, ¡viva el fan-service!–, para mí es simplemente poético. Logan ha estado siempre en contra de ese paso más allá que dio William con su padre. Lo vemos en el segundo episodio de la temporada, cuando Dolores se lo encuentra en el jardín mientras se chuta algo en el brazo –no sabemos qué droga ilegal y terriblemente perjudicial para la salud se estaba metiendo, pero vitaminas no eran–. En ese momento, junto con la escena en la que William le dice a su suegro que el proyecto está en marcha, nos da a entender que lo que se busca es la eternidad y que Logan no está nada de acuerdo con el asunto –“Que vuestra eternidad sea benditamente corta”, dice ante una Dolores que parece no enterarse de mucho–. Es posible que Logan, después del viaje con William, haya adquirido cierto respeto por lo que hay allí, incluso miedo. Sabe perfectamente hacia dónde puede ir el tema de los robots si cae en las manos equivocadas, si se emplea para otra cosa que simple entretenimiento. Hay límites que no deberían propasarse y tiene gente a su alrededor que no dudaría un instante en hacerlo para alimentar el poder más atractivo de todos, el poder sobre la muerte. Logan se convierte, en base a los recuerdos que su padre tiene de él –me juego lo que queráis a que no son muy positivos–, en el guardián de esos cuatro millones de personas, lo que le permite ayudar a los anfitriones al aprobarles la entrada para así estudiar a los huéspedes y tener, como dice Bernard, “ventaja competitiva”. Esta es una forma de defenderse de ellos cuando llegue el momento de su “despertar”. Aparte de la (muy corta) vuelta de Logan, el recorrido por la Fragua tiene cosas muy interesantes que, a simple vista, pueden pasar desapercibidas. En la escena donde suben y bajan unas escaleras blancas, podemos ver una serie de galerías con anfitriones a los lados. Algunas de las cosas que pasan en esas galerías ya las vimos en la primera temporada, como el momento en el que Bernard y Elsie ven los ensueños en Clementine, la última innovación por parte de Ford; el análisis de Maeve tras la muerte de su hija y la suya posteriormente; o una conversación entre Maeve y Felix tras el despertar de esta. El resto de sucesos que podemos ver en esas galerías no son muy reconocibles. Otros, en cambio, los podemos unir con la escena postcréditos, como cuando vemos a William siendo testeado. No sabemos si en algún momento explicarán por qué se encuentran esos espacios en aquel lugar y cuál puede ser el significado que haya detrás, pero me tiene intrigada.

Temas que se tratan en esta temporada


Westworld trata ciertos temas que son muy interesantes para reflexionar como, por ejemplo, las diferencias y similitudes entre anfitriones y huéspedes, si estas se van difuminando con las acciones que realizan; las relaciones interpersonales entre varios personajes clave; la idea del libre albedrío o el futuro de la especie humana. Vamos a ir desgranándolos uno a uno.

Menuda puñalada trapera
Teóricamente, y según Dolores, los anfitriones son mejores que los huéspedes porque tienen una mayor resistencia, pueden evolucionar –cambiar de cuerpo al menos–, son eternos…, pero, ¿cómo son sus relaciones personales? Simplemente iguales que las de los humanos. Sólo hay que ver la relación entre Dolores y Teddy. Él siente completa adoración por ella, dijo que iba a protegerla mientras viviese, pero Dolores tiene otros planes para su “churri”: cambiar su código para “mejorarlo” y que le siga sin ningún tipo de cuestionamiento. Esto es, simple y llanamente, traición, algo que los humanos también hacemos. Dolores traiciona a Teddy al convertirle en alguien que no es, al eliminar sus dudas, su misericordia. Lo que pasa es que la verdadera personalidad de nuestro cowboy vuelve a salir a flote y, antes de devolver la misma moneda a Dolores traicionándola –y traicionando su palabra–, decide quitarse del medio. No estoy muy segura de si Dolores es realmente consciente de lo que ha hecho, pero no parece que esté muy arrepentida de ello. Por lo menos, al final, intenta arreglar el estropicio que ha causado con Teddy y le deja en el Valley Beyond. Otra relación a explorar esta temporada ha sido la de Maeve con su hija, su búsqueda tenaz, ese amor inabarcable que siente una madre por sus hijos y que, si llega el momento, no dudará en sacrificarse por ellos. Aunque para algunos la relación de Maeve con su hija sólo forma parte de una historia, para ella es completamente real, y entre quedarse con la vida vivida como granjera junto a su hija, en la cual era feliz con lo poco que tenía, y la vida vivida como madame en el Mariposa, en la cual se sentía aburrida y miserable, prefiere la primera sin dudar. Como decía William allá por la primera temporada, cuando mató a la hija y posteriormente fue a por la madre, vio humanidad en esta última al salir despavorida con su vástago en brazos para intentar salvar a ambas. La relación materno filial de esos dos personajes refleja una humanidad pura, lo mejor que nosotros, como seres humanos, somos capaces de demostrar ante otros. Por el contrario, la relación entre James Delos y su hijo Logan nos enseña una de las peores relaciones paterno filiales que podemos ver en la serie. Aquí lo que no hay, ni se le espera, es esa humanidad que muestra Maeve con su hija. James Delos pasó de ayudar a su hijo en dos ocasiones, cuando este ya no podía más y realmente necesitaba una mano a la que agarrarse. Además, le echó de su casa porque “ya no era suya”. Creo que, a pesar de que uno se independice, la casa de tus padres siempre será la tuya, una especie de refugio al que acudir cuando las cosas van mal. Logan ni siquiera tuvo eso. Su padre se lo denegó seis meses antes de morir. A lo mejor este fue el último clavo en el ataúd de un Logan que no veía ningún tipo de salida. Lo más acojonante de esta relación es la hipocresía que desprende James Delos. Después de dar de lado a su hijo en el momento en el que más le necesitaba (por segunda vez), vemos en sus momentos finales una clara referencia a esa última conversación con su hijo al repetir las palabras de este: “Ya he bajado hasta abajo del todo. Puedo ver el fondo. ¿No quieres ver lo que yo veo?”. Pasó lo mismo cuando la versión robótica de James se enfrenta a William; empezó a llamar a Logan como un poseso cuando había pasado de él. El patriarca de los Delos se acuerda de su único hijo cuando le viene bien, o cuando se las ve muy jodidas, como ante ese William crecido que le dice que está mejor muerto que vivo. Pero para la peor relación paterno filial de esta serie es la del propio William con su hija Emily, a quien, cegado por su propia ansia de poder, por ese querer llegar al objetivo que se ha impuesto, acaba asesinando al no salir de su paranoia. Aunque no sabemos mucho de William en su faceta como padre, tengo la sensación de que ha sido uno bastante ausente –dirigir una empresa como Delos Incorporated lleva su tiempo– y que, al ser consciente de ello, ha intentado compensárselo a su hija de diferentes formas, todas de una manera que, por lo que parece, habrían convencido a Emily de que era un buen padre hasta que, debido a la muerte prematura de su muerte, el velo se le ha caído finalmente.

Como podéis ver, da igual si eres robot o humano, las relaciones interpersonales son muy similares entre una especie y otra. Si mal no recuerdo, Bernard hizo un comentario en la primera temporada que decía que los robots son un reflejo de nosotros mismos, y eso es justamente lo que se puede ver a través de estas relaciones. Hay muy poca diferencia entre ellos y nosotros, aunque sí es cierto que, en un primer momento, parece que ellos están más dispuestos a cambiar. Como dice Logan como el sistema de control de la Fragua, lo mejor que podemos hacer es seguir con nuestro código –desgraciadamente–.

Ella rompió su código
y se salvó a sí misma. REINA ♥
Hablando de códigos y ciclos, estos conceptos que parecen más propios de los anfitriones –y así nos lo hacen ver en la serie–, también son muy aplicables a los seres humanos. Al pensar en cómo se aplica a nosotros, me hago una pregunta: ¿qué nos hace verdaderamente humanos? ¿En dónde reside nuestra humanidad? Sí, la respuesta más inmediata es que estamos vivos, que nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos, pero eso también se podría decir, en cierto sentido, de los anfitriones. Para Dolores, Maeve, Bernard y el resto de la tropa, ellos están vivos, parecen sentirse igual que nosotros y, según sus recuerdos, a pesar de que sean falsos e implementados, ellos en algún momento han nacido, han crecido y siguen en ello. El tema de la reproducción entraría en un terreno más de percepción que de manera material –por el momento, no hemos visto anfitriones embarazados, pero cuando se les asigna un robot niño como hijo, lo sienten como suyo, como es el caso de Maeve y Bernard, por lo que se consideran progenitores–. Aunque ellos tienen sus códigos, sus ciclos y rutinas, nosotros, en el fondo, también los tenemos. Nuestros códigos son las leyes, la filosofía, la moral; nuestros ciclos pueden ser el del sueño, el de la reproducción; y nuestras rutinas sería nuestra cotidianidad (por ejemplo, levantarnos, desayunar, ir a la escuela/universidad/trabajo, comer, volver a casa, cenar y dormir). ¿Alguna vez habéis sentido que vivís con el piloto automático puesto, que vivís como una especie de autómata? Pues ahí tenéis la más clara similitud entre anfitriones y huéspedes. Nosotros también caemos en esas tareas diarias que convierten a los días en iguales, que parece que no pasa nada nuevo en nuestra vida –aunque sí suceden novedades– y, con eso en mente, parece que no nos diferenciamos mucho de los robots de la serie. Además, según dice “Logan” en la season finale, no evolucionamos realmente –lo dudo–, lo mejor que podemos hacer es seguir con nuestro código. Esta línea de pensamiento es bastante pesimista con el ser humano, pero va acorde con ciertas cosas que, en la actualidad, están pasando: crisis económicas, guerras, precariedad laboral, pocas oportunidades para los jóvenes, violencia de género, machismo, pérdida de derechos, etc. A pesar de que estos momentos oscuros también traigan sus propias revoluciones, como se puede ver con las protestas en varios países –en la serie sería la revolución de los anfitriones despiertos–, el futuro pinta muy negro –¿realmente esto es una metáfora y vamos a acabar todos tan jodidos como el Man In Black– y nosotros tenemos que hacer algo para cambiar, tenemos que alterar nuestro código para despertar, a lo mejor, de nuestro propio letargo.

"My boy"? Mira, James, no me hagas
mandarte a la mierda...
Otro tema que se ha tratado esta temporada es el futuro de la especie humana, el cual recaería en convertirnos en máquinas. Para ello, hay que escanear nuestro cerebro para recopilar datos, recuerdos, secretos, etc., convertirlo en código e implantarlo en una máquina. Por lo que vemos mediante James Delos, el asunto tiene sus fallos. Estos escáneres cerebrales funcionan muy bien en la Fragua, pero es en el instante en el que se convierten en carne cuando presentan esos problemas, esos glitches que vimos en el cuarto episodio. Sin embargo, en la escena postcréditos, parece que, con el tiempo, han solventado todos esos inconvenientes, pues William parece estar en mucha mejor forma que su suegro. Es un avance interesante, pero también peliagudo. ¿Realmente deberíamos vivir para siempre? Actualmente la media de vida ha aumentado con el paso del tiempo, las mejoras en las condiciones de salubridad, de alimentación, etc. Y si ya con eso tenemos problemas –los recursos escasean, hay sobrepoblación –, imaginaos si viviésemos para siempre. Algunas cosas cambiarían radicalmente, conceptos que tenemos asentados desde hace tiempo. El salto sería sustancial. Iríamos contra natura totalmente. ¿Por qué si la naturaleza nos ha hecho así, por qué si llevamos millones de años funcionando de esta manera, con generaciones que vienen y van, deberíamos cambiarlo? El sentido de la vida cambiaría por completo, incluso la natalidad podría desaparecer porque, ¿para qué seguir engendrando vida si ya somos muchos en el mundo y no nos vamos a morir? Aunque el concepto de la eternidad es muy atractivo –sería una de las razones por las que la figura del vampiro tiene tanto éxito–, también se torna muy peligroso. ¿Quiénes vivirían para siempre, todos o sólo los ricos? Sería otra lucha de clases. ¿Quién merece vivir para siempre, todos o sólo unos pocos elegidos (ricos, obviamente)? Se convertiría en un dilema social, en otro motivo de batalla si todo esto realmente se legalizara. Porque esa es otra, ¿realmente se legalizaría esta práctica, o algún líder mundial optaría por el sentido común y rechazaría la idea? Por ahora, lo más cercano sería ver qué consecuencias tendría para Delos Incorporated si esto saliese a la luz, pero parece que para eso todavía falta un poco de tiempo.

"Mira, tus gafas van a acabar por ahí".
RIP gafas de Bernard
Por último, otra discusión muy interesante que han planteado, aunque no es para nada nueva, es sobre si existe de verdad el libre albedrío o, por el contrario, como decía Bernard, se trata de una “histeria colectiva”. ¿Somos realmente libres, tenemos el control de nuestras propias decisiones o es sólo una mentira que nos decimos a nosotros mismos para convencernos de que nada ni nadie tiene poder sobre nosotros? Este asunto se puede ver en cada uno de los personajes, desde los anfitriones, al principio siguiendo su código para después dar paso a la ruptura de este y que ellos mismos elijan lo que hacer, si el bien o el mal, hasta los huéspedes como, por ejemplo, William, quien ha elegido sucumbir a su oscuridad en vez de luchar contra ella. En esa escena postcréditos con él vemos que está buscando tener el control de sus propias decisiones, “romper el código” que le han impuesto como a cualquier anfitrión, aunque basado en ese que también tenemos los seres humanos, uno formado por las leyes, la moral, la ética, las posibles consecuencias que pueden tener nuestros actos, etcétera. Es ese mismo código el que determina ciertas elecciones que tomamos, el que nos permite vivir en sociedad. Si hiciésemos todo lo que nos diese la gana, a veces iríamos en contra del grupo de individuos con el que convivimos y sus reglas, tendría consecuencias negativas para nosotros, y, por tanto, perderíamos totalmente nuestra libertad al ser, por ejemplo, encarcelados o alguna cosa peor. Por tanto, ¿realmente somos libres, tomamos realmente nosotros nuestras decisiones, o tenemos un código grabado en la mente que, no importa lo que hagamos, llegaremos siempre al mismo punto, como le pasó a James Delos y al momento definitorio en su vida?

Me gusta que una serie que, aparentemente podría tratar sólo de ir buscando las pistas que los guionistas dejan en cada episodio para mostrarnos (casi) por completo el puzzle que están dibujando, o que nos dejemos llevar por las tramas sin pensar mucho por el camino, trate temas tan profundos e interesantes y que, además, nos invite a reflexionar sobre lo que plantean sus personajes y sus diferentes historias. Hablamos de robots, a quienes podríamos seguir despreciando por “no ser humanos”, por ser “inferiores” al no estar realmente vivos, pero sus historias son tratadas con humanidad, compasión, ternura, nada de la frialdad que podrían desprender. Cabe la posibilidad de que, al vernos reflejados en los personajes, sean de una u otra especie, podamos mejorar como seres humanos, ver que podemos ser de X manera –generalmente negativa– y que podemos cambiar, evolucionar. Igual que hacen ellos.

La segunda temporada de Westworld ha sido muy diferente a la primera, lo cual podría haber sido un punto negativo, pero, al contrario, me ha parecido bastante positivo que vaya profundizando en los diferentes personajes, que sus historias se conviertan en algo mucho más grande y ambicioso que antes, que siga suscitando preguntas que necesitan y obtienen respuesta, dejándonos con más cuestiones por preguntar y que volveremos a retomar en la siguiente temporada. La segunda temporada ha expandido lo que ya conocíamos con mucha información –en algunos episodios ha sido tanta que era muy recomendable verlos dos veces para pillarlo todo mejor–, nos ha permitido disfrutar una vez más de un elenco con un talento impresionante –Evan Rachel Wood mostrando esa dualidad de su personaje, cómo pasa de Dolores a Wyatt y viceversa, es increíble; Tessa Thompson ha tenido más peso esta temporada y su interpretación de Holores es estupenda; Jeffrey Wright está fantástico mostrándonos a un Bernard tan confuso como el espectador de la serie; Thandie Newton está impecable, a sus pies, ahora y siempre; Anthony Hopkins no hace falta que se ponga en la piel de Hannibal Lecter para dar un miedo atroz, etc.– y que ha cosechado, nada más y nada menos, que veintiuna nominaciones a los Emmy, todas ellas muy merecidas. Es cierto que el público esta vez no ha respondido tan bien a esta temporada, que su audiencia ha bajado, pero HBO confía en lo que Jonathan Nolan y Lisa Joy tienen en mente. Yo también.

Por si te lo perdiste:

Parte I del análisis
Parte II del análisis


Irene Galindo (@MissSkarsgard)

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