Cuando comencé Six Feet Under (A dos metros bajo tierra) hará unos meses, lo hice movido por las críticas tan estupendas que recibía de casi todos sus seguidores. Decían que era una joya, una de las mejores series que habían visto y que, por consiguiente, formaba parte de lo que a mí me gusta llamar "La trilogía seriéfila de oro", es decir, las tres series que más valoran muchos expertos del mundo de la televisión (ojo, que no todos): Six Feet Under, Los Soprano y The Wire.
El piloto y la primera temporada en general me encantaron, pero al principio no podía dejar de pensar que poner a Six Feet Under en un altar era un poco exagerado. Hasta que, un día, casi sin darme cuenta, comencé a engancharme de verdad a la serie. Alrededor de la segunda temporada aumenté el ritmo con el que veía los capítulos, descubriendo nuevos matices de los Fisher y llegando no solo a quererlos, como ya hacía, sino a comprenderlos. Empecé a admirar todos los detalles de unos personajes que cada vez eran más interesantes y, cuando llegué a la estupenda tercera temporada, ya podía asegurar que Six Feet Under era una joya con todas las letras. La cuarta mantuvo el nivel, y la quinta temporada probablemente haya sido una de las mejores, culminando con un final tan, taaaan maravilloso que me cuesta hablar de él sin poner caritas felices, letras mayúsculas y muchas exclamaciones. No lloraba tanto desde Titanic.
A partir del salto de línea, spoilers del episodio final, así que si no habéis visto la serie huid de aquí y corred a verla.
Desde el primer momento se podía percibir que el capítulo iba a ser el final, incluso si lo viera alguien sin saberlo de antemano. En todas las historias se respiraba un ambiente extraño, de cierre, de despedida, que lo engrandecía aún más. Todos los personajes tuvieron que lidiar con la muerte de Nate y enfrentarse a un futuro en el que él no estaría con ellos.
Por un lado estaba Brenda, un personaje tan sumamente interesante que para analizarla por completo necesitaríamos una entrada entera para ella sola. Precisamente fue con ella con quien empezó el capítulo, retomando el hilo de la historia desde el momento en que se quedó en el episodio anterior: con su parto. Brenda tuvo que enfrentarse a la posibilidad de que su hija nacida prematura muriera o estuviese enferma, mientras que los fantasmas del pasado seguían persiguiéndola. A través de sueños y alucinaciones, creía ver a Nate presionándola, diciéndole que no sería capaz de criar a Maya y que él jamás podría querer a Willa porque siempre estaría enferma, estableciendo una metáfora en la que era la propia Brenda quien nunca podría cambiar ni ser amada por Nate. Brenda, que siempre fue increíblemente insegura, creía que Nate jamás querría tanto a Willa como a Maya porque él dejó de amarla a ella misma hace mucho tiempo. Aunque Brenda se esforzarse, su matrimonio con Nate no pudo funcionar porque él no sabía lo que quería. Su mentalidad narcisista, un tanto infantil, era incapaz de adaptarse a una vida que él consideraba demasiado vacía. Nunca estuvo satisfecho por completo con su trabajo ni con ninguna de sus parejas, algo que no impidió que jugase inconscientemente con ellas, en especial con Lisa y Brenda, aún sabiendo que sus dos matrimonios fueron una mentira. Brenda, en cambio, sí quería a Nate de corazón. Por eso fue especialmente duro que él rompiese con ella poco antes de morir, tras haberle asegurado que nunca se iría de casa, que nunca la abandonaría. A partir de entonces "Nate" machacó la poca autoestima que Brenda conservaba, haciéndola creer que sería una mala madre, que no era tan buena como Maggie, e incluso la hizo dudar sobre si quería a Maya, a pesar de que ella la amaba como a su propia hija.
En este punto es muy interesante destacar las reacciones tanto de Brenda como de Ruth con respecto a Maya. Ambas vieron a Nate, pero cada una de un modo muy distinto. Brenda, que estaba furiosa y resentida, veía a Nate diciéndole que sería una mala madre, algo que la aterrorizaba. Ruth, por otro lado, veía a Nate sonriendo y asegurando que ella era la mejor para criar a Maya. No hay que olvidar que ese Nate no era el Nate real, sino el propio subconsciente de ellas, así que en ese sentido podemos ver reflejada la gran necesidad de Ruth de creer que había sido una buena madre con sus hijos. De lograr el agradecimiento que nunca había recibido. Una Ruth, redimida en parte, que aceptó que jamás lograría ser feliz del todo y que le aconsejó a Claire, en una de las escenas más emotivas del episodio, que aprovechara todas las oportunidades que le diera la vida.
Por otro lado destacar la historia de David, que por fin logró enfrentarse a sus miedos y encauzar su vida de la forma que él quería, junto a su familia. David se mudó junto a Keith a su antigua casa, donde se dedicó por completo al negocio familiar, enseñando a su hijo mayor a trabajar en él cuando llegó el momento. David compró la parte del negocio que le correspondía a Rico, mientras que él montó junto a su mujer, Vanessa, su propia funeraria, creciendo de ese modo de una forma que nunca habría podido lograr con los Fisher.
Tras todas estas historias llegamos a la última parte del episodio, la gran despedida final que era en realidad un gran continuará eterno. Yo ya había llorado en algunas partes del capítulo, pero fue llegar a esta parte y acabar al borde de la deshidratación. Se trata de un epílogo precioso, que era en sí una gran oda a la vida y a la muerte. De forma metafórica vemos a Claire avanzar por la carretera, símbolo de la vida y el cambio constante. Y es entonces cuando vemos entremezcladas con el viaje de Claire a Nueva York las vidas de todos ellos. Vemos a David y a Keith casarse por fin, a Brenda superando sus miedos y encontrando otra pareja... y finalmente les vemos morir. De forma increíblemente natural, les vimos hiéndose como tantas otras veces habíamos visto irse en la serie a otras personas. Algunos antes, otros después, pero a todos les llegó su hora. No se me ocurriría una forma mejor de terminar una serie como ésta, que no puede tener principio ni fin, que con la muerte, a la que hay que mirar a la cara. Porque la muerte no es el fin, tan solo es el siguiente paso a seguir.
Six Feet Under me ha conquistado, ahora sí puedo decir con la mano en el fuego que las críticas que leí eran totalmente ajustadas a la realidad. No sabría decir si es la mejor serie que he visto, pero desde luego sí que es el final que más me ha impactado. He disfrutado muchísimo el camino y, aunque me gustaría tener más capítulos, me encanta que hayan sabido terminarla cuando llegó su hora, para que todos la recordemos como la genialidad que es. Totalmente recomendable. ¡¡Épica!!
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