Vivimos en tiempos donde el neomachismo y el neorracismo son despreciados por gran parte de la sociedad. Esa idea de que "la igualdad ya se ha conseguido, ¿de qué te quejas?" ha calado hondo en muchas personas... en muchas personas blancas y heterosexuales, quiero decir. A las feministas, por una parte, se las demoniza y malinterpreta –no hay más que leer las opiniones cutres y lamentables del elenco de Las chicas del cable–, mientras que la discriminación e invisibilización que sufre la población negra queda, directamente, fuera del debate social, a excepción de los Oscar de turno que vuelven a reactivar la discusión momentáneamente. Y a eso viene precisamente Dear White People: a hablar de cosas de las que hace falta hablar.
En Estados Unidos las cicatrices de su pasado aún duelen.
He, literalmente, devorado esta serie. Sus diez episodios, de apenas media hora de duración cada uno, conforman una de las temporadas más "maratoneables" y adictivas que he visto en mucho tiempo. La afiladísima escritura de sus guiones disecciona en un margen relativamente corto de tiempo multitud de temas relevantes y de ardiente actualidad, tantos que la discusión sobre ellos podría durar horas y horas. Porque, como bien resalta la propia Dear White People, la llegada del presidente Obama no fue el revulsivo que tantos estadounidenses esperaban... los chavales negros siguen siendo asesinados a tiros por la policía.
La mejor baza de la serie son sus personajes, la mayoría de ellos complejos y llenos de matices: en particular 'Coco' y Sam, dos amigas que representan dos formas completamente diferentes de entender el activismo y que son, al final del día, la mejor y auténtica relación de Dear White People. 'Coco' es ambiciosa, más honesta con su verdadero yo, y pretende vencer el racismo institucional adentrándose en él –¿o eso es lo que se dice a sí misma? ¿No vela únicamente, en el fondo, por sus propios intereses?–, mientras que Sam es pasional, más partidaria de vencer el racismo institucional platándole cara, pero también propensa a caer en un "postureo" un tanto patético, como dejar de escuchar la música que le gusta por no ser representativa de la "cultura negra", o avergonzarse de tener un novio blanco.
Quizá esta sea la parte que más me ha chirriado de Dear White People. Y esto lo digo siendo consciente de mi "blancura", de que soy ignorante y hablo desde mi posición de privilegio, pero no pude entender que la serie hiciera tantísimo drama en torno al hecho de que Sam, una activista negra, amase a un chico blanco. En torno a la mitad de la temporada Joelle, la "amiga" de Sam –aunque una amiga mierder y deshonesta con ella, en mi opinión– exponía la narrativa, lo problématico de la situación que generaba conflicto, y pude entender un poco mejor:
Puedo aceptar a regañadientes que Sam sintiera conflicto por querer a alguien que simboliza al opresor, pero no que mostrara un interés tan repentino por Reggie desde el momento del quinto capítulo en que es apuntado por un arma. Fue desleal a Gabe, al hombre al que sabía que amaba, solo por demostrarse a sí misma que no amaba al hombre negro activista al que debería haber amado. Todo ello en pos de ese "postureo", del anhelo de tener una estampa de perfecta activista con un novio negro que realmente entendiera su sufrimiento... en fin, no puedo decir que me gustase esa trama, o que acabara de verle la profundidad. ¿Por esa estúpida regla de tres Sam, como feminista –lo que asumo que también es–, no debería haber sentido conflicto por amar a cualquier hombre? Pero, insisto: todo esto lo digo como espectador blanco, y es posible que no esté acabando de entender la trama y su mensaje en toda su magnitud. Diré en mi defensa que lo estoy intentando, de verdad que sí.
El episodio que mencionaba, por cierto, fue uno de los más brillantes de la temporada. No es casualidad que estuviese dirigido por Barry Jerkins, a quien debemos la premiada y bellísima Moonlight. Los acontecimientos tomaban un giro especialmente oscuro cuando Reggie era apuntado con un arma tras una pequeña revuelta. Es entonces cuando realmente pude entender a qué se refieren los activistas negros cuando un nuevo chico es tiroteado y dicen "podríamos haber sido nosotros". El racismo institucional de Estados Unidos, tan criticado en The Good Wife y The Good Fight, es una lacra profundamente arraigada que está, literalmente, matando gente. Gente de color. Este bofetón de Dear White People, una serie divertidísima pero también muy seria cuando quiere, nos lo recuerda de una forma tan dolorosa como efectiva.
Pero Dear White People ha sido, sobre todo, una crítica a nuestro patetismo blanco. A la forma en que, cegados por nuestros privilegios, somos incapaces de ver y valorar lo que supone tener la piel oscura en una sociedad racista que te tratará de forma diferente por ello. Prueba de ello era 'Pastiche', la revista que tildaba de "extremistas odia-blancos" a los activistas negros y denunciaba que estaban atacando su "libertad de expresión". Y esto me recuerda enormemente a aquella vez en que Bertín Osborne se quejó de que ya no se podían haber chistes de mariquitas en España sin que te mirasen mal. ¡Uf! ¡Los blancos ya no podemos perpetuar la opresión a colectivos discriminados con nuestro humor tóxico sin que nos llamen la atención! ¡Qué horrible mundo!
Dear White People es una serie que, como digo, se pasa en un suspiro. Ágil, refrescante e ingeniosa pero, sobre todo, oportuna y necesaria. Plantea debates que necesitan ser debatidos, y denuncias que necesitan ser escuchadas, muy en la línea de la maravillosa (e injustamente cancelada) Sweet Vicious. Más series juveniles así, por favor.
Isidro López (@Drolope)
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