Parece por el título que vengo a
hablaros de El Señor de los Anillos pero,
en realidad, me refiero a la serie de Netflix, House Of Cards, y a uno de los aspectos que más destacan de su
protagonista, Frank Underwood, un hombre que nos vende poder y mucha mala baba.
Puro veneno, dirían algunos, pero un dulce veneno que no dudaríamos en tragar
ni un segundo al conocerle.
Ante el inminente estreno de su
tercera temporada el próximo 27 de
febrero – con desliz por parte de Netflix incluido al habilitar los episodios días antes por error, cosa que luego enmendaron – creo que es el momento
idóneo para recomendar esta serie que, aunque retrate el panorama político estadounidense
desde el backstage, con todos sus
entresijos y estrategias, lo que en
realidad vende es el hijoputismo que se respira por esos lares. Y sí, digo
hijoputismo porque no hay un mejor término con el que definir la actitud de los
Underwood, tanto de Frank como de su mujer Claire, su compañera en esta carrera
por el poder más importante del país: llegar
a la presidencia, aunque nunca lo digan expresamente o sólo en momento muy
concretos de la acción, pero se puede deducir fácilmente desde el minuto 1.
No existe la justicia. Sólo
partes satisfechas. Frank Underwood.
Francis “Frank” Underwood, interpretado magistralmente por Kevin Spacey, es un congresista demócrata
por el estado de Carolina del Sur y jefe de la Cámara de Representantes. Sin
embargo, sus aspiraciones políticas y su
ambición le hacen querer llegar mucho más lejos; por ello, será tal la
rabia que acumule al ver que no va a ser Secretario de Estado, tal y como le
prometieron, que no duda en tramar toda
una venganza en la que, como si fuesen piezas de ajedrez, sus rivales y enemigos irán cayendo uno a
uno, no sin ciertos obstáculos que esquivar en el camino. De forma
objetiva, Frank no es un personaje que
esté hecho para gustar por la forma en la que juega sus cartas, su
comportamiento y frialdad en todo momento; es toda una cabeza pensante que
siempre está anticipándose al resto, intentando descubrir sus próximos
movimientos y trazando planes distintos según la situación. Pero, a pesar de
ello y, por lo menos en mi caso, he
conseguido empatizar con él porque sus sentimientos son muy humanos: se
siente humillado porque ha hecho algo a cambio de otra cosa que al final no le
han dado, por lo que el enfado tiene una base sólida y, sobre la cual, el
comportamiento del protagonista se justifica en gran medida. El sentirse vapuleado en un ambiente tan
poderoso, esa autoconciencia de saber que se es bueno en el trabajo pero no se
está en el puesto adecuado, la ambición que tiene, son cosas que nos pueden
hacer sentir identificados con algún momento de nuestra vida. Por ello, me
recuerda en cierta forma a mi “relación” con Walter White de Breaking Bad – salvando las distancias,
por supuesto –, un hombre que llega a ser objetivamente deplorable, desalmado y
malvado, pero con el que sentí una fuerte empatía que me llevó a perdonarle
hasta lo imperdonable. Quiero que a Frank le salgan las cosas bien, que haga
morder el polvo a la gente que se interpone en su camino y que le hacen las
cosas más complicadas; en definitiva, llega
a gustarte ese hijoputismo que desprende por los cuatro costados y lo abrazas
ya que, en un ambiente tan poderoso, es la única forma de salir adelante sin sublevarte
y, ¿quién se quiere sublevar? Absolutamente nadie.
Pero Frank no está solo en su
plan, sino que le acompañan dos personas primordialmente: su mujer Claire (Robin Wright) y su jefe de personal, Doug (Michael
Kelly). Claire es la mujer detrás
del gran hombre, pero eso no significa que sea la típica buena esposa,
pobrecita, que se queda en casa. Totalmente lo contrario. Claire Underwood es la fundadora de Clean
Water Initiative, una organización sin ánimo de lucro que lucha por
llevar agua potable a aquellos lugares del mundo donde no tienen. Es una mujer fuerte, luchadora, calculadora y
a veces tan fría como su marido,
aunque ella terminará teniendo
remordimientos por sus acciones pasadas, punto en el que se diferenciará
con Frank. Forman una pareja que se complementa a la perfección, donde ella también lucha por las aspiraciones
políticas de su marido y al que incita a mover ficha cada vez que se ven
estancados en una situación delicada. Cabe una mención especial al concepto de matrimonio que tienen estos
dos, muy liberal y nada convencional. Son dos personas que
se admiran, se tienen cariño pero no es un gran amor, no se han casado por eso;
me atrevería a decir que en lo que se
basa su matrimonio, principalmente, es en la ambición que sienten por sus
respectivos trabajos y que se encuentran en una posición estupenda para
perseguir sus objetivos. Sin duda, siempre choca ver cómo se comportan
juntos ya que está fuera de lo que conocemos habitualmente y, ya os digo, es
muy difícil de definir; mucho mejor ser testigo de ello para que cada uno saque
sus propias conclusiones. Por su parte, Doug
es un perro fiel a Frank que hará cualquier cosa por él y así ayudarle en su
camino. Es uno de los pocos personajes que muestra sus sentimientos ante la cámara, no es tan frío como los
Underwood aunque sí que sabe mantener una postura en el trabajo. Es en los
momentos bajos, en los que se encuentra en una encrucijada personal, cuando más
le podemos conocer y simpatizar con él.
Amo a esa mujer. La amo más de lo
que los tiburones adoran la sangre. Frank Underwood.
Aunque se retrate el panorama
político, también se da una visión del
mundo del periodismo relacionado con los lazos de poder. Aquí entra en
juego Zoe Barnes (Kate Mara), una
reportera de The Washington Herald
que busca labrarse un nombre en este mundillo. Personalmente, y como futura
integrante de la profesión, no me gusta
en absoluto la imagen que se da de la mujer periodista ya que me parece
repugnante y un insulto hacia las féminas que se dedican a ello. Es
asqueroso ver este retrato donde la mujer periodista sólo puede conseguir
exclusivas o información de gran calibre a cambio de favores sexuales con las fuentes. Señores, esto no es así. Una
periodista puede conseguir esa información de forma lícita y sobre todo con
ética sin recurrir a sus herramientas de femme
fatale ni denigrándose por el camino. Este tema daría para otra entrada en
el blog porque no es la primera vez que lo veo, hay más ficciones que retratan
el periodismo y el papel de la mujer en él de la misma forma, lo que no hace
ningún bien a las que se dejan la piel en redacciones, en la calle siendo
reporteras, en los gabinetes de comunicación o en sus casas llevando un blog.
Es denigrante, deplorable y un insulto gravísimo. No niego que haya casos
puntuales pero son eso, PUNTUALES, el resto no hace esas cosas. Señores guionistas, ya sean de
películas o de series, la mujer
periodista es tan válida como el hombre periodista, dejen de machacar la imagen
de la profesional de la comunicación, por favor. Si seguimos por este camino,
no se nos tomará en serio, no se nos respetará ni como profesionales ni como
mujeres; esto incentiva los comportamientos machistas que tanto luchamos por
erradicar. ¡Piensen más con la cabeza y menos con el bolsillo, que esta
visión de la mujer ya no vende! Tampoco niego que haya personajes femeninos
periodistas que no sean retratados de esta forma sino totalmente de la
contraria, pero no creo que se les dé la importancia que tiene Zoe Barnes en la
trama. Admito que hablo desde el desconocimiento – no he visto The Newsroom, por ejemplo, serie que se
centra en esta profesión – ya que ni todas las series me llaman la atención por
igual y tengo que priorizar cuáles veo y cuáles no – mi tiempo, como el de
cualquiera, es oro y tengo que aprovecharlo –, pero en esta serie que tanto ha
llamado la atención del público y crítica, alabada hasta los altares, que le ha
valido un premio Emmy a Spacey, es un
ejemplo de que, a lo mejor, los telespectadores se quedan con esta imagen de la
profesional de la comunicación que poco o nada tiene que ver con la realidad.
Hay otros muchos personajes como
el presidente de los Estados Unidos, Garrett
Walker (Michael Gill); Peter Russo (Corey Stoll), congresista
demócrata y uno de los representantes de Pensilvania o Linda Vasquez (Sakina Jaffrey), la jefa de gabinete de la Casa
Blanca, entre otros. Y os preguntaréis, ¿qué tiene que ver un anillo en todo
esto? El anillo es el toque de Frank, el que sentencia las reuniones, el que
pone el punto y final a la frase lapidaria de turno – auténticas perlas es lo
que suelta este hombre por la boca, todas para enmarcar –, es el gesto de la
victoria, el de la rabia. El anillo es
una pequeña extensión del señor Underwood, un sello de identidad, el
recuerdo de una frase paternal, el final de una etapa y el principio de otra. Recoge
el espíritu de su poseedor y nos enseña que puede tener poder – a la mierda el
anillo de Frodo, este es mucho mejor –.
Un gran hombre dijo una vez: "Todo se trata de sexo, excepto el sexo. El sexo se trata de poder". Frank Underwood.
En general, y entrando en
detalles técnicos, la serie cuenta con dos
temporadas de 13 episodios cada una, con una duración media de 50 minutos. Es lenta pero, cuando entras en el
mundo de los Underwood y te atrapa, no hay quien te saque. Poniendo mi caso, no
soy una persona a la que le atraiga la política en general por lo que, de
buenas a primeras, no era una serie para mí. Sin embargo, sí que me gusta ya
que le da ese sabor picante a mi catálogo de series, refiriéndome como
“picante” a ese hijoputismo tan citado en esta crítica, lo cual le aporta un
toque diferente que puede sacar lo peor de uno mientras la ve – todos tenemos
un cabroncete dentro y lo sabes –, un regusto que se queda grabado ya que te da
la sensación de tener una implicación que otras series es posible que no te
den, por lo que es un gran punto a favor. Otro aspecto a destacar es la ruptura de la cuarta pared, esa que
separa a los personajes de los telespectadores. Aquí, Frank mira a cámara,
habla de tú a tú, comparte contigo sus miedos, sus ilusiones, sus triunfos y
derrotas, lo mucho que controla su hábitat y lo bien que conoce a las personas
que tiene a su alrededor. Esto le da una mayor cercanía, te hace ser su
cómplice en todo momento, lo que muchas series no exploran y se debería hacer
un poco más; aporta un toque fresco aunque sea una herramienta ya usada con
anterioridad. Además, esa mirada de “bitch, please” es una de las cosas que más
me gustan del personaje de Spacey por esa complicidad ya mencionada de la que
nos hace partícipes. También existe una versión inglesa que fue la primera aunque sólo tuvo una temporada ya que fue pensada como una miniserie. Yo no la he visto pero quien lo haya hecho puede dejar un comentario diciéndonos qué tal es.
Por mi parte nada más excepto
animaros a que conozcáis a los Underwood y os adentréis en este mundo donde la
avaricia, la ambición, la estrategia y el mejor postor se unen para dar lugar a
todo un castillo de naipes enrevesado – toma guiño –. A los que ya veáis la
serie, os animo a que compartáis vuestra experiencia conmigo – sed cautos con
los spoilers, por favor, o por lo menos avisad antes si vais a referiros a algo
que pueda ser considerado como tal –.
Welcome to Washington.
Irene (@MissSkarsgard)
Esta serie como bien dices comienza lentamente pero cuando te das cuenta ya estas atrapado en las garras del señor Umderwood. GENIAL como personaje y quienes lo rodean son personas igual de interesantes y reales. Por ejemplo Freddy el de las costillas me encantó su capítulo y como se manejaba con frank... asi como el doug que es más fiel y el único al que Frank le dio tres oportunidades... me encanta la serie y ojala la tercera (que aun no la veo) y la cuarta (que ya viene) sean igual de potentes que las dos primeras
ResponderEliminar¡Gracias por tu comentario, Paulonovich!
EliminarComo bien dices, la serie te atrapa en sus garra y no puedes escapar. Yo todavía no he visto la tercera temporada pero espero sacar un hueco y hacer una buena maratón, que hay ganas de reencontrarse con Frank y cía.
Un saludo.